La carta de mamá a su hijo muerto

Después de mucho tiempo de que Pochito muriera un día Mamá, deambulando seguramente por su casa, entró a la pieza que había sido de mi hermano llevada seguramente por el impulso de encontrarse aunque sea virtualmente con él, mirando y acariciando sus cosas, todas ellas aún en el lugar en que las dejara. Otros años después, ya Mamá no estaba con nosotros, encontré unas hojas de cuaderno escritas por ella en ese lugar. Mi querida viejita había buscado un lápiz y siguiendo un irrefrenable impulso hubo de escribir con su letra simple estas sentidas palabras:

“Estoy aquí, en tu estancia, en tu pequeña pieza, llena de tus recuerdos, en donde pasaste las horas más hermosas y fecundas de tu adolescencia y de la esplendorosa y promisoria juventud. Te recuerdo en tu lecho en donde reposabas; en tu tablero donde tantas veladas trabajaste; en tu planero lleno de proyectos, de creaciones, de técnicas perfectas, de belleza; te recuerdo en tu bongó, en tu bombo santiagueño, en tu guitarra viajera como tú y de donde tantas armonías y canciones arrancabas de sus seis cuerdas ahora dormidas. Te recuerdo en el armario de tus libros lleno de tu espíritu, en el crucifijo de tu cabecera a quien tanto querías y en quien tenías una fe tan profunda. Te recuerdo en todo lo que te perteneció y que tanto cuidabas. Estés aquí o no, siempre te recuerdo y añoro aquellas pláticas llenas de enseñanzas que teníamos los dos… ¡Fuiste para mí un grande y dilecto amigo!
Tus manos… ¡oh, tus manos, hijo mío! Morenas, suaves, finas, de movimientos artísticos, manos creadoras… Te miraba cuando ejecutabas en tu guitarra aquellas canciones tuyas que tanto me gustaban y que tanto me elevaban haciéndome recordar algo que leí hace tiempo. Tus manos, yo no sé de qué han hecho tus manos, si acaso Dios las hizo con rayos de sol o si para hacerlas de su esencia pura, la fe, la dulzura de tu alma de niño fundió en un crisol. Yo no sé de qué han hecho tus manos ni me importa saber de qué son. Bástame saber que llenas de paz mis pensamientos, bástame saber que llenas de inmensa quietud mi corazón.
Estás en mí en la clara luz de los amaneceres y en las noches llenas de rumores y de estrellas. Estás en mí en el delirio de oro de los mediodías y en las luces violetas de los dulces ocasos. Estás en mí en los árboles en flor de las primaveras y en el olor a fruta madura de los buenos veranos. Estás en mí en los arabescos de oro de las hojas del otoño y en las brillantes escarchas de los secos inviernos. Estás en mí en las risas argentinas de mis nietos y en el fulgor de sus grandes ojos ¡que tanto se parecen a los tuyos! Estás en mí en todo lugar, estás en mis pensamientos, en mi pulso, en mi corazón y estarás siempre en todos los momentos de mi vida”

2 comentarios:

kris dijo...

Mamita. Yo no soy dueña de tan bellas palabras, no, pero puedo decirte que siempre para mí fuiste bandera, jirón y terraplén para mis vuelos. Fuiste el ombú en medio de mis pampas que me cobijo antes de abrazar mi próxima batalla. Madre mía sigues y sigues siendo mi paradigma, mi maestra, mi mejor amiga. Después de leer esta carta intentaré seguir tu huella, de buscar a ver si puedo encontrar a mi hijo ausente en el borde de las hojas, en la gota de una lágrima, en el rumor del río, o en el sol que baña mis plantas. Por ahora lo tengo dentro de mí. Corre con mi sangre, me baña de paz el alma y baila a veces con alguna locura en mi cabeza. Y te admiro madre mía, aún más, porque tu hijo voló sin dejar un mojón concreto en su camino, en cambio el mío me dejó un surco abierto donde desgranar mis mejores semillas. Te amo y me miro en ti cada día.

Graciela dijo...

AL LEER TANTO LOS ESCRITOS DE LA BITI COMO LOS TUYOS CRIS, ME INVADIERON UNAS PROFUNDAS E INCOMTROLABLES LÁGRIMAS ACOMPAÑADAS, VAYA UNO A SABER POR QUÉ, DE UNA AMPLIA Y MARCADA SONRISA...
IMAGINO QUE ES PRODUCTO DE LA ADMIRACIÓN Y EL PROFUNDO ORGULLO QUE SIENTO AL SENTIRME "TAN" PARTE DE USTEDES.
LAS AMO